lunes, 27 de agosto de 2007

Esa era mi infancia, mi mami nos dejaba encerrados. A mi y a Julieta en una habitación a Carlos en otra. Cuando fuimos más grandes e íbamos a la escuela, ya no estuvimos bajo llave. Mamá se levantaba al amanecer para hacer el fuego y por desayuno nos preparaba maíz tostado con cebolla, en una sartén de hierro, que había sido de mi abuela Matilde. Al rato nos íbamos los tres caminando a la escuela 25 de Mayo, que quedaba a varias cuadras al norte de la calle Santa Fé. Todos los años menos infantil lo hice con mi hermano Carlos, ya que nos habían anotado el mismo día como fecha de nacimiento. En realidad yo soy 10 meses mayor que él. Ir a la escuela era todo un desafío. Cada día mi padre nos observaba los cuadernos y supervisaba las tareas. Hacíamos casi todo de nuevo, nos enseñó a borrar, a no doblar las hojas, a ser limpios, a no mentir, a ser prolijos, a leer de corrido y bien. Por la tarde nos dictaba una máxima que colocábamos después de la fecha en el cuaderno principal. Recuerdo una en especial: "Tierra rica y sin cultivar, no tiene nada que dar". Con ello nos connotaba que nosotros éramos ricos en espíritu, pero al espíritu había que fortalecerlo.
Recuerdo con alegría, mi horas de niña porque, esos recuerdos me abrigan el alma. Cada día mi madre partía a trabajar a la casa de los señores, nos dejaba con un cartelito un bollo de pan con dulce de batata por dentro y en cada uno el cartel con nuestros nombres, para evitar peleas. Julieta que era la más golosa, cambiaba los carteles, colocándole al bollo más grande su nombre. Mi madre llegaba al atardecer con el bolso lleno de cosas que le daban sus patronas. Lo que más me gustaba, era la pascualina, aún hoy me sigue gustando.
Fue una niñez, sin juguetes, sin grandes sueños, pero nos inculcaron el valor de la responsabilidad, la disciplina, la verdad. Uno de los recuerdos más gratos fue una vez que mi hermano me dibujó una hormiguita viajera en la portada de mi cuaderno de primero superior. Yo venía de un largo período de enfermedad (infección en los oídos).
Mis padres fueron como todos los padres de la época, golpeadores, rígidos, adustos, era un estilo de crianza, supongo. Mi madre no nos hacía caricias, creo que para hacernos fuertes. Mi padre nos tomaba como alumnos. Ni siquiera en las vaciones nos dejaba en paz. Todos los días nos hacía buscar en el diccionario cinco palabras, y con ellas debíamos escribir cinco oraciones coherentes. Era señal de entendimiento. Nos hacía caminar con un libro sobre la cabeza. Nos enseñaba inglés, hasta nos hacía cantar el tango Caminito. Horas y horas de caligrafía la de Cuellar, hasta que el rasgo fundamental, nos salía con precisión. Se adelantó años en la educación, también nos enseñaba inglés. En la escuela tampoco estaba ausente, hablaba con nuestros maestros se interiorizaba por nuestra educación escolar. Concurría a las reuniones de cooperadora. Nuestros colores los ataba. De esa forma no perdíamos ninguno. Los días de lluvia eran terribles, siniestros, no sabíamos donde escondernos. Se llovía toda la casa. Acá se hacía cierto eso que dicen que el sol es la estufa de los pobres.