miércoles, 29 de agosto de 2007

SE FUERON AL CINE

Mi papi era fanático del cine. Tanto los martes, jueves y sábados era infaltable. Tenía todo un método para escabullirse entre la gente sin pagar. Algunos días, sin que el acomodador lo advirtiera, juntaba las entradas que algunos tiraban y talones, luego en casa unía ambas partes, con una precisión increíble. Con esas entradas adulteradas, ingresaba al cine, sin pagar un centavo. Hablaba de películas y directores con absoluta autoridad. Algunos días la llevaba a mi madre. Ella se preparaba pintando sus labios y colocándose aros y collares, rematando con tacos altos clásicos, que alguna patrona, le había regalado. Se miraba en el espejo y decía:¿Cómo me veo?, ¿Estoy gorda?, ¿Tengo panza?. Nosotros tres revoloteando alrededor de ella. Lo importante era a la vuelta. Ella tenía una magia especial , para relatar las películas. A través de sus relatos, concurríamos al cine, describía los personajes exhaustivamente, con lujo de detalles, voces, risas, gritos. Mi padre nos contaba las películas de Disney. De vez en cuando, íbamos nosotros también al cine. La Julieta y Carlos concurrían, si habían logrado juntar alguna que otra moneda.

lunes, 27 de agosto de 2007

Esa era mi infancia, mi mami nos dejaba encerrados. A mi y a Julieta en una habitación a Carlos en otra. Cuando fuimos más grandes e íbamos a la escuela, ya no estuvimos bajo llave. Mamá se levantaba al amanecer para hacer el fuego y por desayuno nos preparaba maíz tostado con cebolla, en una sartén de hierro, que había sido de mi abuela Matilde. Al rato nos íbamos los tres caminando a la escuela 25 de Mayo, que quedaba a varias cuadras al norte de la calle Santa Fé. Todos los años menos infantil lo hice con mi hermano Carlos, ya que nos habían anotado el mismo día como fecha de nacimiento. En realidad yo soy 10 meses mayor que él. Ir a la escuela era todo un desafío. Cada día mi padre nos observaba los cuadernos y supervisaba las tareas. Hacíamos casi todo de nuevo, nos enseñó a borrar, a no doblar las hojas, a ser limpios, a no mentir, a ser prolijos, a leer de corrido y bien. Por la tarde nos dictaba una máxima que colocábamos después de la fecha en el cuaderno principal. Recuerdo una en especial: "Tierra rica y sin cultivar, no tiene nada que dar". Con ello nos connotaba que nosotros éramos ricos en espíritu, pero al espíritu había que fortalecerlo.
Recuerdo con alegría, mi horas de niña porque, esos recuerdos me abrigan el alma. Cada día mi madre partía a trabajar a la casa de los señores, nos dejaba con un cartelito un bollo de pan con dulce de batata por dentro y en cada uno el cartel con nuestros nombres, para evitar peleas. Julieta que era la más golosa, cambiaba los carteles, colocándole al bollo más grande su nombre. Mi madre llegaba al atardecer con el bolso lleno de cosas que le daban sus patronas. Lo que más me gustaba, era la pascualina, aún hoy me sigue gustando.
Fue una niñez, sin juguetes, sin grandes sueños, pero nos inculcaron el valor de la responsabilidad, la disciplina, la verdad. Uno de los recuerdos más gratos fue una vez que mi hermano me dibujó una hormiguita viajera en la portada de mi cuaderno de primero superior. Yo venía de un largo período de enfermedad (infección en los oídos).
Mis padres fueron como todos los padres de la época, golpeadores, rígidos, adustos, era un estilo de crianza, supongo. Mi madre no nos hacía caricias, creo que para hacernos fuertes. Mi padre nos tomaba como alumnos. Ni siquiera en las vaciones nos dejaba en paz. Todos los días nos hacía buscar en el diccionario cinco palabras, y con ellas debíamos escribir cinco oraciones coherentes. Era señal de entendimiento. Nos hacía caminar con un libro sobre la cabeza. Nos enseñaba inglés, hasta nos hacía cantar el tango Caminito. Horas y horas de caligrafía la de Cuellar, hasta que el rasgo fundamental, nos salía con precisión. Se adelantó años en la educación, también nos enseñaba inglés. En la escuela tampoco estaba ausente, hablaba con nuestros maestros se interiorizaba por nuestra educación escolar. Concurría a las reuniones de cooperadora. Nuestros colores los ataba. De esa forma no perdíamos ninguno. Los días de lluvia eran terribles, siniestros, no sabíamos donde escondernos. Se llovía toda la casa. Acá se hacía cierto eso que dicen que el sol es la estufa de los pobres.

viernes, 24 de agosto de 2007

EL RANCHO DE LA CALLE SANTA FE

La idea de escribir y contar hechos del pasado me fueron surgiendo a partir de reconstuir aquellos hechos que le han dado sentido a mi vida.
Cuando era niña vivía en una casa de la calle Santa Fe al 619 de San Rafael, era un rancho de la Familia Guillemot, inmigrantes franceses. Mi madre les hacía el trabajo en la casa a los patrones y ellos nos daban a cambio la casa.
Era un rancho de adobe, bien hecho. Tenía hacia el frente un galería abierta en cuyo centro estaba el baño (letrina). Hacia el Este estaba mi habitación la que compartía con mis hermanos Carlos y Julieta, la ventana también hacia el mismo punto cardinal, nos conectaba con la Familia Dalmau. Gritos y escándalos se escuchaban en forma permanente desde esa propiedad. Hacia el oeste la habitación de mis padres daba a un campito. Allí desde la ventana mi madre con los postigos semiabiertos , esperaba el regreso de mi padre. Fueron muchas noches.
Hacia el sur un patio nos separaba de la familia Algualcil. ¡Cuántos hornos caldeados! Cuando Doña Lucía horneaba las tortitas, nosotros yo mis hermanos Julieta y Carlos nos asomábamos por el tapial y ella nos regalaba a cada uno una tortita recién sacada- El aroma nos convocaba.
Por norte a la izquierda al frente estaba el Taller, mi padre a cada parte de la casa le daba un nombre jerarquizante, ahora a la distancia, me doy cuenta que en ese espacio rectangular, habían pocas herramientas. Hacia la derecha por el frente estaba la cocina, con una gran chimenea donde mi madre cocinaba a leña.
Todo era bello, para mi, pero especialmente los domingos, porque ese día mi mami hacía tallarines o pastel de papa. No teníamos horno, pero ella lo improvisaba con unas latas y allí colocaba el pastel, siempre lo hizo dulce. Hacia la tarde mientras nosotros dormíamos, hacía todas las tareas, lavaba los platos, la ropa, barría y luego regaba, el piso era de tierra. Como toque final, Mamita llenaba con agua un balde de lata . Cuando ella lo hacía era la señal de haber concluido el trabajo. Nosotros nos levantábamos y ella ya estaba preparando el mate. La casa nunca la pintaron, solo recuerdo el color del adobe, los arboles añosos que hacia el frente y al fondo abrazan la casa.