Palabras en ocasión de conmemorarse un año de su deceso.
DR. HUMBERTO LAGIGLIA (1938-2009)
Hoy se cumple un año sin su presencia. Está, aunque no físicamente, hay libros todavía con sus señaladores, donde aclaró y subrayó algunos párrafos, todos los biblioratos con sus correcciones y firmas, las ollitas y vasijas, restauradas con yeso, la mayoría de los carteles de las piezas hechas en sus horas libres. Libres? No había ocio en su vida, su vida era este museo. Su hija Verónica lo dijo, el museo era una extensión de su cuerpo.
Ahora la exposición está en marcha, se está haciendo la transferencia cultural que tanto anhelaba, cursos para niños, también perfeccionamiento para docentes e investigadores. Su sueño, cuando comenzó esta obra era estar rodeado de científicos y lo logró. No hay un solo rincón aquí, que no hable de su presencia, los afiches, las cartulinas, sus esquemas. Mudos testigos de su afán están todos aquellos relictos de la vasta arqueología sureña, que no pudo concluir en el papel.
Cuando llegamos aquí, hace más de veinte años, no sabíamos que cosa era la ciencia. Ciencia era para él la mediación pedagógica con un niño, dictar una conferencia, hallar un sitio, calcular la datación de un resto, o desatar la voluntad en nosotros. Aquí no fue solamente cumplir un horario, fue construirnos cada día, porque nos obligaba a consultar bibliográficamente lo que nos decía.
Aquí desde la dimensión de su simpleza, le enseñaba a un ordenanza, a un obrero, a nosotros el valor del estudio. Nos enseñó a queremos a nosotros mismos. Logramos a partir de su modelo a desenvolver en el diálogo la palabra, a posicionarnos frente al público y defender y valorar nuestras raíces culturales.
De tanto escucharlo, de seguirlo por los pasillos del museo, aprendimos, del origen de la vida, de las poblaciones sureñas, de flora y fauna, de geología, paleontología y astronomía, de prospecciones arqueológicas, de la raíz de las palabras y de tantas cosas más.
Posibilitó desde su gestión como director del Museo una jerarquía a nivel institucional, por lo que llegaron aquí investigadores prestigiosos de rango internacional con el objeto de generar nuevos paradigmas en la Antropología Cultural. Siempre fué el mismo, Dr. en Ciencias Naturales, evaluador de tesis doctorales, mentor de dos congresos nacionales de arqueología, realizados aquí en San Rafael, primer arqueólogo en excavar un Fuerte como el de San Rafael del Diamante, propulsando así la Arqueología histórica del Sur mendocino. Los únicos jalones que advertimos en el fueron los de emisión del saber que jamás pudo ocultar.
Llegaba de la campañas arqueológicas, con señales de tierra y lodo en su ropa, del Rincón del Atuel, de la Villa 25 de Mayo, de San Carlos y de tantos otros sitios, desplegaba el material, explicándonos cada una de las piezas, a nosotros que nada sabíamos de Antropología o de cronologías culturales. Siempre un porqué, una consecuencia, una relación que concluía, en aquellos restos que encontraba, nos obsequiaba su conocimiento para que lo hiciéramos nuestro y potenciáramos, aquella nuestra desconocida identidad cultural.
Nos hizo amar, este viejo edificio, viejo hotel de turismo y todo lo que se rescató en más de 500 campañas arqueológicas conjuntamente con colaboradores y arqueólogos. Pudo crearlo en cualquier parte del mundo, pero eligió San Rafael. Queremos recordar aquellos años que compartimos. Como cuando llegaba corriendo y silbando golpeando las puertas, saludando. En cada parte del museo que ingresaba aportaba una idea nueva, sugería algo, enseñaba algo, indicaba algo, soñaba, planificaba, proyectaba.
Ahora nos faltan el sonido de sus pasos, su palabras, sus gritos cuando se enojaba, el mate que jamás terminaba, porque siempre urgía que hacer algo.
Desde esta perspectiva del recuerdo, nos queda su obra y el legado de su palabras aquellas que una vez nos dijo a todos en una reunión: Tu puedes hacer de éste lugar el lugar más lindo del mundo, y mientras lo decía nos señalaba una fotografía en blanco y negro de un sitio desvastado.
sábado, 20 de marzo de 2010
viernes, 13 de febrero de 2009
I WANT
Today a new release and new age proyects.Mi heart is alone.Mi soul is alone.But my life is full of love.I am the arms and legs of my mother. Illuminate the darkness with the light of tenderness. I need someone to share with me my planes.Somebody to join his solitude to mine. Arithmetic would be perfect love.
martes, 27 de enero de 2009
I close my eyes
When I was a litle girl and went to elementary school, I got serious illness in my ears. I had to miss more than a month at school. I think that was at the beginning of classes, because the notebook bigger than I was lacked the initial drawing on its cover. My brother, Charles, ten months younger than me, told me: " If you want, you do the drawing " and I answerded : "yes".
That painting is painting the most beatiful that I have been given in life. It was small ant travelling, probably copied from a book of short stories. The litle ant, had legs as thin wire, a dress with red spots, a tiny hat and folded fligts an a basket full of flowers, in their hands with gloves. The leaves were painted, white that did not happen to the notebook or the ant. When I want to see again and feel the happiness that I felt then, I close my eyes and I travel with it.
domingo, 25 de enero de 2009
MOM JULY
I will talk about my mother. She is the strongest woman in the world. She is ninety-one years old and has got many wrinckles on his face.
When my brothers and I were children, she wake up at dawn to prepare our breakfast. Now she reads all day, and prays for us. She has and old body, but her heart is strong .
Some time ago she could not walk, but she pushes us with your advice.
She can not walks, but she walks with her heart.
I am grateful for my mother. She plans things, as if life will give her time. She knows that the clock will stop, but she does not matter.
She always thinks about what she will do tomorrow, but does not know whether she will awake.
When my brothers and I were children, she wake up at dawn to prepare our breakfast. Now she reads all day, and prays for us. She has and old body, but her heart is strong .
Some time ago she could not walk, but she pushes us with your advice.
She can not walks, but she walks with her heart.
I am grateful for my mother. She plans things, as if life will give her time. She knows that the clock will stop, but she does not matter.
She always thinks about what she will do tomorrow, but does not know whether she will awake.
My History "Isle of the penguins"
Several year ago, read the Isle of the penguins written by the french writer Anatole France. The narration is very good, and the time, I thought that every thing was real. (I was a very litle girl). Real size of the penguins and real story .
I ended my chilhood and one day on the holiday as a woman, I made a trip to Península Valdes, Argentina's Patagonia. There, thousand of penguins walked behind me. The strange thing , is that my imagination a child had thought of the big penguins like us, adult humans.
This time observing the whales, sea lions and penguins particulary, I felt as part of the story of the french writer Anatole France.
The interesting fact is that a writer from another part of the world introduced metothe imagination saying how wonderful it is to connect yourself with widlife.
I ended my chilhood and one day on the holiday as a woman, I made a trip to Península Valdes, Argentina's Patagonia. There, thousand of penguins walked behind me. The strange thing , is that my imagination a child had thought of the big penguins like us, adult humans.
This time observing the whales, sea lions and penguins particulary, I felt as part of the story of the french writer Anatole France.
The interesting fact is that a writer from another part of the world introduced metothe imagination saying how wonderful it is to connect yourself with widlife.
sábado, 10 de enero de 2009
MARIANELLA PONCE
NELA:
¡Cuántas cosas han pasado!, desde la primera vez que te ví, eras tan chiquita, que cabías en una caja de zapatos y te reías, ya, te reías. Después vinieron las preguntas a tu vieja, del porqué del nombre compuesto, y lo era por una novela radial basada en el libro "Marianella" de Benito Pérez Galdós. No tenías un año y ya hablabas, y siempre sonriendo. Después la vida te llevó por turbulencias indecibles, siguiendo la prosapia genética de torturas sentimentales. Un secundario cursado a los tumbos, con monedas y cortes de luz general, escapes, aventuras, te fueron llevando por los escalones de fantasmagóricas experiencias. Después el amor, entró como un ladrón por tu ventana, arrebatándote la inocencia y dejándote soles por herencia. No importa, cuántas veces te quisieron soldar los labios, destruirte la sonrisa. Decías simplemente: "la base está". Ahora desde esta perspectiva del recuerdo, de tu voz, que me alcanza por la línea telefónica, tu palabra que me agranda, siento que no fueron en vano, aquellas vivencias en el Barrio San Martín cuando tu madre cocinaba con el techo por estrellas y debía buscar el agua, no sé por cuántos pasillos de miseria. Muy lejos está aquel baño público, o el almacén del Gallego o la vecina Pirucha. Muy lejos está la ausencia sanluiseña de tu padre, o el desafío casi siniestro de cruzar al otro lado del zanjón y descubrir como vivían los que realmente vivían. Y pudiste, lo cruzaste, distante está la cochambre; ¿te acordás de la canción de Serrat? Ahora, estoy segura, pisás tierra firme, has echado el ancla, y quizás los que te aman no entienden la dimensión interior de tu alegría. FELIZ CUMPLE NELA DEL ALMA. DIANA LAURA.
miércoles, 24 de septiembre de 2008
JULIETA OLMEDO
Miro hacia atrás, y hay cosas buenas y malas, rescato las buenas.
Te acordás? cuando la mami se levantaba al amanecer y nos hacía un desayuno con ñaco y cebolla en la sartén de la Abuela Matilde, porque no tenía otra cosa?. Alguna vez, me dijo la Laura tu mamá no dejaba ver la pobreza.
Los domingos cuando infaltablemente hacía tallarines, con el tuco y mucho aceite. Después nos bañaba y nos compraba un chupetín a cada uno. (La gran golosina). Recuerdo los días de vacaciones, que no lo eran , ahora sé que jamás las tuvimos, cuando el papá nos encargaba a su ida, cinco palabras desconocidas del diccionario y luego debíamos realizar las oraciones a modo de interpretación. Y su vocación enferma de hablar siempre de Filosofía, Política o de Sarmiento. Las discusiones por los celos de mamá. Las veces que lo echaban del trabajo. Las veces que me mareaba, quizás de hambre y me apoyaba en vos para no caerme. Los días que pasé gritando por el dolor de oídos y jamás me llevaron al médico. El agua que no teníamos. El grifo de la calle 3 de Febrero y Santá Fé donde jugábamos en verano. Sabés? me queda lo que quise quedarme. Esa porfía de leer inculcada a golpes, (decían la letra con sangre entra). Ese querer saber que es lo que pasa en la vida de mi país, en el mundo. Atesoro aquella hormiguita viajera que el Carlos me dibujó en la portada de mi cuaderno de primero superior. Me quedan tus dibujos ejecutados con birome negra, trazo fino, cuando hiciste al General San Martín entre tantos otros. Te acuerdas? de aquellos dibujos con tinta china y lápices de grasa? que parecían hecho en el oriente? Cuando vigilábamos la salida de papá, esperando con ansias que saliera, para que no nos torturara más? y vos le quemaste el pantalón gris?. Cuando fumabas a los nueve años, y yo admiraba tu coraje de jugar a ser grande en el medio de la noche? . ¿O aquellas veces cuando la mami, pasaba las noches enteras, parada en la ventana, mirando, hacia la calle?.
La admiración que sentían las maestras por nosotros, por las máximas que colocábamos al comienzo de la página, cada día?: "Tierra rica y sin cultivar, no tiene nada que dar". Me acuerdo una noche de verano, no sé cuántos años teníamos, vos cantabas con un libro en la mano., apoyada en el tronco de un sauce añoso Brasil, noches de Brasil. Cuando recitabas El Embargo: Pase usté más alanti, y quentren tos esos.
Tengo presente aquel día cuanto la Fité te humilló, por las moscas en el rancho, y nuestro padre le hizo una carta al padre de ella, recriminándole la actitud. Solamente querida hermana me queda lo bueno. Lo otro lo dejé en el camino, como quien en un vuelo, que amenaza venirse a pique, soltás las pesadas cargas, para salvarte, arrojé, los golpes, la falta de cariño, la falta de caricias, la falta de comida, los Reyes a los cuales mataron con la verdad, las lluvias que nos atacaba cada vez que llovía, los sabañones, que me partían las manos en el invierno, los juguetes que eran de los peores. Sabés? estoy salvada. He llegado a un lugar, donde ya no tengo miedo, por no saber que comeré mañana. Ya no tengo miedo, si nos van a quitar la casa prestada, o lo van a hechar otra vez del laburo al papá. Estoy salvada. No te había escrito, porque tenía dolor, dolor por no tenerte aquí, bronca con la vida, porque tuviste que irte. Pero estás conmigo, en este globo espiritual que es el vivir de BUENOS RECUERDOS. FELIZ NUEVO CUMPLEAÑOS. BESOTES. TE QUIERO. TU HERMANA.
miércoles, 30 de julio de 2008
LA CASA DE LOS LEONES
Gira el cilindro monumental de treinta metros de largo, lo surca por su centro un especie de taladro triturador de yeso que es ingresado por un embudo. El mineral cocinado y molido va a desembocar a un extremo del tubo, donde es embolsado por los peones. MANUEL -el patrón- los contempla con la vista naufragante; recuerda cuando se introdujo hace treinta años furtivamente en una fábrica de las "grandes" y copió a escondidas el diseño de la máquina, no le salió igual, con materiales de menor valor mejoró la estructura.
A la par del crecimiento material, de los frutos económicos que su empresa redituaba , fue reflexiona, perdiendo los ideales espirituales.
Había dejado atrás, los dibujos, en el viejo almacén de la calle Yrigoyen en San Rafael, allí, donde alguna vez, pasó Mauleón Castillo y elogió sus ilustraciones. También abandonó las clases de moldería en la Universidad Nacional de Cuyo, ni que decir de las exposiciones de terracotas que se asemejaban a los dibujos de Molina Ocampo, en casi todas las galerías de arte de la república. Se sentía mimetizado en sus personajes de rostros grotescos, no había podido desprenderse de los borrachitos, ni de los dibujos quijotescos. Amarillas estaban las críticas en los diarios, como este yeso, así de seca estaba su vida, destruidos sus anhelos, envasadas sus aspiraciones. Aunque hubo en su andar una tregua, donde el capital no sumaba su inventario y prometió a su Indiecita una casa a orillas de un arroyo en Malargüe, muy cerca de Llancanello, mansamente las aguas acariciaron sus cuerpos en el fuego de muchos eneros, pero la casa no fue.
Al tiempo, le construyó un ranchito en el barrio marginal Martín Güemes; iba a verla diariamente, mientras la sombra vestía la noche. Desde ese lugar se podía divisar la
Cordillera de los Andes a través de los álamos, entonces proyectaron una casita, con un gran ventanal hacia las nieves. Jamás la hizo posible. Era necesario y urgía mejorar las ventas, las exportaciones del material, de la cantera, disminuir los costos e incrementar la producción.
Y el taladro sigue moliendo, girando, como girando fueron los sueños; siempre ansió algo más, como un prototipo ejemplar del existencialismo, algo concreto que colmara de gozo su espíritu burgués y llenó de ganado pampeano la estancia, animales que había que llevarlos a la veranada, para que pudieran subsistir, y forestó con sauces, tamarindos y chañares, la arisca tierra, árboles que todavía no alcanzaban a darle sombra.
El parlotear grosero y los gritos de los obreros, no logran desterrar mi último sueño. LA CASA DE LOS LEONES, en el cerro del mismo nombre, quizás porque allí habitaban los leones de la sangre, de esa sangre que aunque vieja, contenía torrentes nuevos de creatividad; con ella planeamos donde sería el taller, lugar donde volvería cincelar, a preparar exposiciones, aquí el torno, más allá el banco, al lado el atril y en el medio de la sala un gran disco al que un motor le daba movimiento, donde la India posaba para mí. Por el Este una enorme galería dejando pasar el sol andino. Una escalera de metal, casi vertical daba al altillo donde estaba la habitación revestida de troncos. Abajo la cocina y el escritorio de mi mujer, donde ella escribía y el galpón donde almacenar víveres.
LA CASA DE LOS LEONES, si parece una fantasía el nombre, una irrealidad del ayer, lo que no fue aquella mi mujercita, porque fue presencia en los días grises, caricia en la tempestad, dulzura, en la amargura; en pos de aquel indefinido amor edifiqué la casa y coloqué cada ladrillo y el molino que cruzaba el cielo con sus aspas. Porque nadie como ella, para entender lo cósmico del espacio, el movimiento de las rosas en el patio, cuando las acariciaba el aire, nadie como ella para quedarse horas observando a las garzas cuidando sus huevos en la laguna, nadie como ella para adornarse de juncos.
LA CASA DE LOS LEONES, estaba a una hora del centro de Malargüe, había que atravesar vados y cañadas, con el riesgo de empantanarse. Unos mil metros antes nos bajábamos de la camioneta y caminábamos abrazados hasta llegar al puente del Río Grande. Allá en la subida, cerca del volcán apagado emergía la casa. Si llegábamos de noche podíamos observar la luminosidad de los ojos del toro, revestido de escoria volcánica y en posición de embestida, que adornaba el llano, ese toro, disfrutaba yo, la heredad de mis ancestros.
En las tardes brumosas de viento, salíamos a andar, a complacernos del lenguaje del clima sureño, cuando nos empujaba , hasta casi voltearnos, nos sentábamos en los cortaderales y allí entre la arena, el ruido de las hojas, las martinetas y alguna que otra bandurria, planeábamos tantas cosas sencillas , sólo cosas del alma.
Un tenebroso amanecer me pareció que aquella mujer solaz de mi soledad, mi pequeña Indiecita, de ideales demasiado quiméricos, no encajaba en la clase social a la que pertenezco y la desterré de aquel paraíso.
Hoy mientras esta maquinaria da vueltas, hago un recuento de lo dejé en espíritu y tengo en capital, se que estoy vacío, sin vida, como este mineral que cae, derecho a revestir alguna lujosa pared, donde seguramente, no estará mi reina, la Indiecita de la Casa de los Leones.
A la par del crecimiento material, de los frutos económicos que su empresa redituaba , fue reflexiona, perdiendo los ideales espirituales.
Había dejado atrás, los dibujos, en el viejo almacén de la calle Yrigoyen en San Rafael, allí, donde alguna vez, pasó Mauleón Castillo y elogió sus ilustraciones. También abandonó las clases de moldería en la Universidad Nacional de Cuyo, ni que decir de las exposiciones de terracotas que se asemejaban a los dibujos de Molina Ocampo, en casi todas las galerías de arte de la república. Se sentía mimetizado en sus personajes de rostros grotescos, no había podido desprenderse de los borrachitos, ni de los dibujos quijotescos. Amarillas estaban las críticas en los diarios, como este yeso, así de seca estaba su vida, destruidos sus anhelos, envasadas sus aspiraciones. Aunque hubo en su andar una tregua, donde el capital no sumaba su inventario y prometió a su Indiecita una casa a orillas de un arroyo en Malargüe, muy cerca de Llancanello, mansamente las aguas acariciaron sus cuerpos en el fuego de muchos eneros, pero la casa no fue.
Al tiempo, le construyó un ranchito en el barrio marginal Martín Güemes; iba a verla diariamente, mientras la sombra vestía la noche. Desde ese lugar se podía divisar la
Cordillera de los Andes a través de los álamos, entonces proyectaron una casita, con un gran ventanal hacia las nieves. Jamás la hizo posible. Era necesario y urgía mejorar las ventas, las exportaciones del material, de la cantera, disminuir los costos e incrementar la producción.
Y el taladro sigue moliendo, girando, como girando fueron los sueños; siempre ansió algo más, como un prototipo ejemplar del existencialismo, algo concreto que colmara de gozo su espíritu burgués y llenó de ganado pampeano la estancia, animales que había que llevarlos a la veranada, para que pudieran subsistir, y forestó con sauces, tamarindos y chañares, la arisca tierra, árboles que todavía no alcanzaban a darle sombra.
El parlotear grosero y los gritos de los obreros, no logran desterrar mi último sueño. LA CASA DE LOS LEONES, en el cerro del mismo nombre, quizás porque allí habitaban los leones de la sangre, de esa sangre que aunque vieja, contenía torrentes nuevos de creatividad; con ella planeamos donde sería el taller, lugar donde volvería cincelar, a preparar exposiciones, aquí el torno, más allá el banco, al lado el atril y en el medio de la sala un gran disco al que un motor le daba movimiento, donde la India posaba para mí. Por el Este una enorme galería dejando pasar el sol andino. Una escalera de metal, casi vertical daba al altillo donde estaba la habitación revestida de troncos. Abajo la cocina y el escritorio de mi mujer, donde ella escribía y el galpón donde almacenar víveres.
LA CASA DE LOS LEONES, si parece una fantasía el nombre, una irrealidad del ayer, lo que no fue aquella mi mujercita, porque fue presencia en los días grises, caricia en la tempestad, dulzura, en la amargura; en pos de aquel indefinido amor edifiqué la casa y coloqué cada ladrillo y el molino que cruzaba el cielo con sus aspas. Porque nadie como ella, para entender lo cósmico del espacio, el movimiento de las rosas en el patio, cuando las acariciaba el aire, nadie como ella para quedarse horas observando a las garzas cuidando sus huevos en la laguna, nadie como ella para adornarse de juncos.
LA CASA DE LOS LEONES, estaba a una hora del centro de Malargüe, había que atravesar vados y cañadas, con el riesgo de empantanarse. Unos mil metros antes nos bajábamos de la camioneta y caminábamos abrazados hasta llegar al puente del Río Grande. Allá en la subida, cerca del volcán apagado emergía la casa. Si llegábamos de noche podíamos observar la luminosidad de los ojos del toro, revestido de escoria volcánica y en posición de embestida, que adornaba el llano, ese toro, disfrutaba yo, la heredad de mis ancestros.
En las tardes brumosas de viento, salíamos a andar, a complacernos del lenguaje del clima sureño, cuando nos empujaba , hasta casi voltearnos, nos sentábamos en los cortaderales y allí entre la arena, el ruido de las hojas, las martinetas y alguna que otra bandurria, planeábamos tantas cosas sencillas , sólo cosas del alma.
Un tenebroso amanecer me pareció que aquella mujer solaz de mi soledad, mi pequeña Indiecita, de ideales demasiado quiméricos, no encajaba en la clase social a la que pertenezco y la desterré de aquel paraíso.
Hoy mientras esta maquinaria da vueltas, hago un recuento de lo dejé en espíritu y tengo en capital, se que estoy vacío, sin vida, como este mineral que cae, derecho a revestir alguna lujosa pared, donde seguramente, no estará mi reina, la Indiecita de la Casa de los Leones.
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